sábado, 21 de enero de 2012

Capítulo 18 El tormento de Merlín


Merlín estaba agotado: había recibido una brutal paliza. Probablemente no se tendría en pie él solo durante un tiempo. Se hallaba atado en una silla junto a la cual había caído al suelo una y otra vez con los golpes que le propinaron aquellos animales, los cuales se turnaron para vapulearlo.
Solo en medio de todo aquel dolor y silencio sin poder distinguir apenas la escasa luz que se filtraba por las rendijas de la ventana, trató de abrir sus párpados tumefactos, y se percató del dolor que le producía y del trabajo que le costaba,  además la sangre que brotaba de sus cejas partidas que no se podía enjugar.
Tampoco le hubiese resultado fácil hablar, en caso de que se hubiese decidido, lo cual de ninguna manera lo habría hecho. Su boca era una ruina, dientes rotos o arrancados y los labios partidos.
Las manos y los pies le dolían terriblemente, durante las caídas se los pisaban, se los pisotearon cuantas veces quisieron.
Había sido golpeado durante horas, pero no obtuvieron a cambio ni una palabra como resultado.  La violencia y la tortura son el mejor método para que lo que no quiera ser dicho salga a la luz.
De repente la puerta se abrió y entró Lorena:


Merlín no se movió. Su dignidad era extraordinaria. Su silencio, sublime.

Lorena le miró con ira, pues no había conseguido nada con la violencia siquiera, y ya desconocía cualquier otra forma de tener la información que necesitaba. Pateó el suelo, caprichosa y le escupió a la cara las siguientes palabras:

-Creí que tendrías bastante con este comienzo. Pero no: tienes que ser el noble y honesto Merlín. Hasta en el dolor te mantienes fiel a tus principios. No sabes cuánto te detesto -, arrastró Lorena las palabras de esta última frase suya, mirando a Merlín despectivamente.
 Merlín continuó en silencio, lo que desquició más aún a Lorena. Si continuaba, le mataría y no sabría nada, pensó ella, y si seguía hablando, no conseguiría más que irritarse más, pues conocía bien el temple de Merlín. Era capaz de sacarla de quicio dentro de su mismo silencio. Y ese era un poder difícil de superar. Con eso no había contado y ahora se daba cuenta.
-¿No te duele nada, Merlín, querido?
Estaba claro que tenía varias costillas partidas, le costaba respirar, más aún alzar la voz.

-Vete al infierno, Lorena.
-El infierno es lo que a ti te espera ahora Merlín -, sentenció Lorena al tiempo que se marchaba cerrando con un fuerte portazo.





De nuevo se vio inmerso en la oscuridad, esta vez se le antojaba apacible y tan sólo deseaba que ésta se prolongase.
-¿Seguimos las tandas de golpes? -, le preguntó uno de los gorilas a Lorena.

-No. Está muy débil, eso le mataría, Llamad a Lucas para que le estabilice, yo he de marchar a Florencia. En cuanto esté estable que empiece Giacomo con la picana eléctrica y Lucas que esté atento a las constantes vitales. Si os lo cargáis os despellejo vivos.
Aquel carnicero con aires de médico se llamaba Lucas y presumía de mantener vivos y listos para la tortura a sus víctimas durante semanas.
Le ataron a una camilla y le inyectaron suero, después procedió a desinfectar las heridas y le administró un calmante para controlarle el pulso y así evitar que sufriera un colapso.
Merlín le miraba estupefacto: no comprendía por qué le estaban curando; él esperaba su final de un momento a otro, realmente lo ansiaba.
Pasaron muchas horas, probablemente un día con su noche, Merlín no se hallaba en condiciones de controlarlo.
Lucas se le acercó, le auscultó,  le tomó el pulso, y midió su tensión arterial. Hizo un gesto de aprobación y dijo:

-Llevadle a la picana, podemos empezar de nuevo.
Dolorosamente comprendió el por qué habían estado curando todas esas horas y ahora deseó más que nunca morirse, pero la ansiada parca se resistía a llevárselo.
Le desnudaron y le pusieron sobre aquel somier metálico, sin brusquedades para evitar que las fracturas de la caja torácica acelerasen un final fatal, la amenaza de Lorena sabían de sobras que sería cumplida.
Le sujetaron fuertemente para evitar que sus contorsiones o sacudidas le dañasen físicamente, los daños que le pretendían infligir, era en su psiquis.
Pusieron una especie de taco de caucho en su boca y le sujetaron la mandíbula con algo similar al bocado de un caballo.
El somier estaba conectado en uno de los polos en un transformador de alta intensidad, el otro polo estaba conectado a una especie de lanza de poco más de un metro, la punta tenía un electrodo que aplicaban sobre la víctima, aquel artilugio no era un equipo médico diseñado de administrar electro-shocks y cuando el electrodo de la lanza entraba en contacto con la piel, producía una serie de quemaduras que variaban según la intensidad de la corriente.
Aquello era lo que se denomina en el argot una “picana eléctrica” Merlín la había estudiado intentando conocer hasta donde llegó la crueldad de los hombres, todos aquellos inventos aberrantes, la guillotina, las bombas racimo, las minas terrestres.
Ahora iba a ser víctima de esa abominación, como lo fuera la hija de quien presumiblemente lo inventó; Leopoldo Lugones.

Activaron la corriente y sonó un zumbido de baja frecuencia que ponía los bellos de punta, a un gesto de Lucas, se le acercó aquel sádico con la lanza, se llamaba Giacomo y era el especialista de aquel instrumento.
El primer lugar donde aplicó el electrodo fue en el pie derecho, Merlín sintió que le golpeaban con miles de bastones, desde el pie que le ardía como si se lo quemaran, hasta su cerebro que palpitaba a punto de estallar.
Giacomo hizo oscilar la intensidad con un regulador que llevaba instalado en la lanza y Merlín completamente inmovilizado y amordazado se debatía en un dolor insoportable sin el más mínimo desahogo.
A un gesto de Lucas se detuvo, desconectó la corriente y soltó la mordaza de Merlín gritándole:
-¡Habla!
Por su parte Lucas le auscultaba y en un gesto de satisfacción le dijo a Giacomo.
-Está bien, continúa.
Volvió a ponerle el bocado y esta vez se decidió por el pezón derecho, cuando aplico el electrodo Merlín sintió como si le arrojaran un jarro de agua hirviendo y el sufrimiento se extendió hasta que el miedo de Lucas acudió de nuevo.
Nuevamente le auscultó y como temía Merlín tras pedirle inútilmente que hablara, nuevamente se dispuso a aplicarle el electrodo. Giacomo disfrutaba de aquello, en esta ocasión comentó:
-Ahora los genitales.

Merlín oyó unos disparos y vio caer a Giacomo junto a él, cayó de la peor manera posible, la lanza se le había clavado en un costado y el brazo se le enredó en el somier, la picana estaba activada y el cortocircuito se produjo sobre el torturador.
La bala que alcanzó a Giacomo tan sólo le hirió y se estaba electrocutando dando tumbos y sacudidas cuando uno de los pistoleros lo remató en el suelo.
De no haber estado firmemente sujeto al somier, Las sacudidas de Giacomo le hubiesen arrojado sobre él y ambos se habrían electrocutado.
Merlín pudo ver el rostro de quien lo desataba:
-Piotor -, logró decir en un susurro apenas audible.
-Lo siento amigo mío, siento que hallamos tardado tanto.
Cuando lo incorporó Piotor, Merlín pudo ver a Lucas tendido en el suelo con un balazo en la sien, ya no podía más, perdió el conocimiento.

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