Merlín
estaba agotado: había recibido una brutal paliza. Probablemente no se tendría
en pie él solo durante un tiempo. Se hallaba atado en una silla junto a la cual había caído al suelo una
y otra vez con los golpes que le propinaron aquellos animales, los cuales se turnaron
para vapulearlo.
Solo en medio de todo aquel dolor y silencio sin poder distinguir apenas la escasa luz que se filtraba por las rendijas de la ventana, trató de abrir sus párpados tumefactos, y se percató del dolor que le producía y del trabajo que le costaba, además la sangre que brotaba de sus cejas partidas que no se podía enjugar.
Tampoco
le hubiese resultado fácil hablar, en caso de que se hubiese decidido, lo cual
de ninguna manera lo habría hecho. Su boca era una ruina, dientes rotos o
arrancados y los labios partidos.
Las
manos y los pies le dolían terriblemente, durante las caídas se los pisaban, se
los pisotearon cuantas veces quisieron.
Había sido golpeado durante horas, pero no obtuvieron a cambio ni una palabra como resultado. La violencia y la tortura son el mejor método para que lo que no quiera ser dicho salga a la luz.
Merlín no se movió. Su dignidad era extraordinaria. Su silencio,
sublime.
Lorena le miró con ira, pues no había conseguido nada con la
violencia siquiera, y ya desconocía cualquier otra forma de tener la
información que necesitaba. Pateó el suelo, caprichosa y le escupió a la cara
las siguientes palabras:
-Creí que tendrías bastante con este comienzo. Pero no: tienes que
ser el noble y honesto Merlín. Hasta en el dolor te mantienes fiel a tus
principios. No sabes cuánto te detesto -, arrastró Lorena las palabras de esta
última frase suya, mirando a Merlín despectivamente.
-¿No te duele nada, Merlín, querido?
Estaba claro que tenía varias costillas partidas, le costaba
respirar, más aún alzar la voz.
-Vete al infierno, Lorena.
-El infierno es lo que a ti te espera ahora Merlín -, sentenció
Lorena al tiempo que se marchaba cerrando con un fuerte portazo.
De nuevo se vio inmerso en la oscuridad, esta vez se le antojaba apacible y tan sólo deseaba que ésta se prolongase.
-No.
Está muy débil, eso le mataría, Llamad a Lucas para que le estabilice, yo he de
marchar a Florencia. En cuanto esté estable que empiece Giacomo con la picana
eléctrica y Lucas que esté atento a las constantes vitales. Si os lo cargáis os
despellejo vivos.
Aquel carnicero con aires de médico se llamaba Lucas y presumía de mantener vivos y listos para la tortura a sus víctimas durante semanas.
Aquel carnicero con aires de médico se llamaba Lucas y presumía de mantener vivos y listos para la tortura a sus víctimas durante semanas.
Le
ataron a una camilla y le inyectaron suero, después procedió a desinfectar las
heridas y le administró un calmante para controlarle el pulso y así evitar que
sufriera un colapso.
Merlín
le miraba estupefacto: no comprendía por qué le estaban curando; él esperaba su
final de un momento a otro, realmente lo ansiaba.
Pasaron
muchas horas, probablemente un día con su noche, Merlín no se hallaba en
condiciones de controlarlo.
Lucas
se le acercó, le auscultó, le tomó el
pulso, y midió su tensión arterial. Hizo un gesto de aprobación y dijo:
-Llevadle
a la picana, podemos empezar de nuevo.
Dolorosamente
comprendió el por qué habían estado curando todas esas horas y ahora deseó más
que nunca morirse, pero la ansiada parca se resistía a llevárselo.
Le
desnudaron y le pusieron sobre aquel somier metálico, sin brusquedades para
evitar que las fracturas de la caja torácica acelerasen un final fatal, la
amenaza de Lorena sabían de sobras que sería cumplida.
Le
sujetaron fuertemente para evitar que sus contorsiones o sacudidas le dañasen
físicamente, los daños que le pretendían infligir, era en su psiquis.
Pusieron
una especie de taco de caucho en su boca y le sujetaron la mandíbula con algo
similar al bocado de un caballo.
El
somier estaba conectado en uno de los polos en un transformador de alta
intensidad, el otro polo estaba conectado a una especie de lanza de poco más de
un metro, la punta tenía un electrodo que aplicaban sobre la víctima, aquel
artilugio no era un equipo médico diseñado de administrar electro-shocks y
cuando el electrodo de la lanza entraba en contacto con la piel, producía una
serie de quemaduras que variaban según la intensidad de la corriente.
Aquello
era lo que se denomina en el argot una “picana eléctrica” Merlín la había
estudiado intentando conocer hasta donde llegó la crueldad de los hombres,
todos aquellos inventos aberrantes, la guillotina, las bombas racimo, las minas
terrestres.
Ahora
iba a ser víctima de esa abominación, como lo fuera la hija de quien
presumiblemente lo inventó; Leopoldo
Lugones.
El
primer lugar donde aplicó el electrodo fue en el pie derecho, Merlín sintió que
le golpeaban con miles de bastones, desde el pie que le ardía como si se lo
quemaran, hasta su cerebro que palpitaba a punto de estallar.
Giacomo
hizo oscilar la intensidad con un regulador que llevaba instalado en la lanza y
Merlín completamente inmovilizado y amordazado se debatía en un dolor
insoportable sin el más mínimo desahogo.
A
un gesto de Lucas se detuvo, desconectó la corriente y soltó la mordaza de
Merlín gritándole:
-¡Habla!
Por
su parte Lucas le auscultaba y en un gesto de satisfacción le dijo a Giacomo.
-Está
bien, continúa.
Volvió
a ponerle el bocado y esta vez se decidió por el pezón derecho, cuando aplico
el electrodo Merlín sintió como si le arrojaran un jarro de agua hirviendo y el
sufrimiento se extendió hasta que el miedo de Lucas acudió de nuevo.
Nuevamente
le auscultó y como temía Merlín tras pedirle inútilmente que hablara,
nuevamente se dispuso a aplicarle el electrodo. Giacomo disfrutaba de aquello,
en esta ocasión comentó:
Merlín
oyó unos disparos y vio caer a Giacomo junto a él, cayó de la peor manera
posible, la lanza se le había clavado en un costado y el brazo se le enredó en
el somier, la picana estaba activada y el cortocircuito se produjo sobre el
torturador.
La
bala que alcanzó a Giacomo tan sólo le hirió y se estaba electrocutando dando
tumbos y sacudidas cuando uno de los pistoleros lo remató en el suelo.
De
no haber estado firmemente sujeto al somier, Las sacudidas de Giacomo le
hubiesen arrojado sobre él y ambos se habrían electrocutado.
Merlín
pudo ver el rostro de quien lo desataba:
-Piotor
-, logró decir en un susurro apenas audible.
-Lo
siento amigo mío, siento que hallamos tardado tanto.
Cuando
lo incorporó Piotor, Merlín pudo ver a Lucas tendido en el suelo con un balazo
en la sien, ya no podía más, perdió el conocimiento.
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